Festinan en Puebla crisis del gobierno de Peña Nieto

Por Status | Jueves, Octubre 23, 2014

En los amarres políticos, en el discurso, en los eventos públicos y en la pose para las cámaras y reflectores, el gobernador de Puebla se ha mostrado siempre como un valioso aliado del presidente Peña Nieto.

En este espacio hemos dado cuenta de lo conveniente que ha sido la “buena relación” entre niveles de gobierno.

Sin embargo, los morenovallistas festinan en corto las consecuencias de la enorme crisis política y social que atraviesa el gobierno de la República a partir de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y que ha impactado de manera directa a la imagen del jefe del ejecutivo federal.

Nada personal, simple política.

En el búnker del poblano saben que a medida que este país se caiga en pedazos, las posibilidades de que Moreno Valle cristalice el sueño presidencial en el 2018 y no tenga que postergarlo para el 2024, aumentan exponencialmente.

No hay que olvidar que la estrategia del poblano será siempre la de negociar y evitar una confrontación directa con el presidente de la República.

Por eso, si continúa la caída en picada de la popularidad y niveles de confianza del priista, de tal manera que se vuelva prácticamente imposible heredarle la silla a un miembro de su grupo político, o por lo menos integrante de su partido, el gobernador del estado le apuesta a ser el Plan B de la sucesión de Peña.

Así como lo lee.

Lo que podría parecer hoy una elucubración producto del más extremo surrealismo, es visto por los asesores y operadores de Moreno Valle como un escenario con altas probabilidades de concretarse.

En su lógica, siempre será más rentable para Peña pactar con ellos, que correr el riesgo de que Andrés Manuel López Obrador pudiera por fin ganar la elección en el 2018 y desatar desde la presidencia una auténtica cacería de brujas que resultaría demoledora para el grupo en el poder.

En esta lógica, el mandatario poblano ha mandado señales de que se puede confiar en él.

De que ha sido y será escrupulosamente respetuoso de los acuerdos a los que llegue con quienes hoy llevan las riendas del país y que serán los que decidan quién es el próximo que ocupará la primera magistratura federal.

El frío cálculo del gobernador se apega al comportamiento tradicional del ejercicio del poder en México, en donde normalmente se empieza un sexenio fuerte, con altos niveles de aceptación y se termina absorbiendo el desgaste natural del mismo.

En el caso de Peña ha sido al revés.

Los números han mostrado mínimos históricos para un presidente de la República que le apostó a pagar de antemano el costo político y social de las reformas estructurales para intentar cerrar a tambor batiente el sexenio.

No le ha salido así.

Ni en lo económico ni en lo social.

Por eso, el morenovallismo ha recuperado otra vez la confianza perdida hace algunos meses.

Han retomado con más fuerza “el proyecto”, sabedores que el todavía impune asesinato de un niño indígena a manos de policías poblanos se ha diluido mediática y socialmente a partir de la indignación generada por el caso Ayotzinapa.

Juran que su buena estrella ha vuelto a brillar y que el infinito es el límite.

Claro, siempre y cuando el despeñadero del presidente continúe.