PRI seleccionará con lupa a su candidato a gobernador 2016

Por El Sol de Puebla | Lunes, Junio 29, 2015

En 2013, el Comité Ejecutivo Nacional del PRI y la Secretaría de Gobernación federal optaron por mandar a Enrique Agüera Ibáñez como candidato a la presidencia municipal de Puebla. Las razones para enviar al ex rector de la BUAP las dio la secretaria general priista, Ivonne Ortega Pacheco, en sus escasas visitas que hizo al estado: "Será candidato aquel aspirante que se encuentre mejor posicionado entre los eventuales electores". Y sí, para entonces no había nadie con mayor potencial de voto que Agüera Ibáñez.

Aquella vez hubo quienes pensaron que el ex rector se encaminaba a lo que en jerga política se conoce como un "día de campo". Algunos afirmaban que si bien no se trataba de una batalla sencilla, dados los antecedentes de operación electoral que se le conocían al gobernador Rafael Moreno Valle, Agüera arrancaba con una amplia ventaja en términos de posicionamiento que lo colocaba como el virtual vencedor de la contienda electoral.

A la diferencia de 33 puntos porcentuales que las encuestas le daban a Enrique Agüera sobre José Antonio Gali Fayad en conocimiento público, los optimistas que jugaban del lado tricolor le sumaban el respaldo de la estructura federal que supuestamente brindaría el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto durante la etapa de proselitismo.

El resto de la historia es conocida a detalle.

En el transcurso de la campaña, el candidato Agüera se fue en descenso y el apoyo presidencial que se esperaba nunca llegó.

Ya superada la jornada electoral, tras los análisis de rigor, en el PRI hallaron como factor de causa de derrota uno que sobresalía de entre todos los demás: la incapacidad de su candidato para abanderar una estrategia de contraste que lo hiciera ver como el líder de un movimiento de cambio.

Porque no quiso o porque no pudo, pero Enrique Agüera, el ex rector que llegaba a competir por la alcaldía con enorme nivel de conocimiento (84 por ciento) entre los eventuales electores, no generó las pasiones que debe provocar todo candidato opositor en torno al principal sentimiento ciudadano: la esperanza de un futuro con mejores condiciones de vida.

Los comicios de ese año dejaron una lección clara para el PRI: que no necesariamente el aspirante mejor posicionado, el más popular, es siempre el mejor candidato.

La historia viene a cuento por lo que se avecina.

El priismo podría cometer el mismo error en la selección del candidato a gobernador para la contienda del 2016.

Podría elegir al más popular, sí, pero en menosprecio de la capacidad discursiva.

Esta es la incógnita que deberán superar los jerarcas del partido tricolor para definir a su abanderado.

¿Quién, entonces?

¿El más popular?

¿El más osado?

¿El más valiente?

¿El más aguerrido?

¿El más joven?

¿El más experimentado?

¿El de mayor estructura?

¿El más honesto?

¿El menos deshonesto?

La efectividad de un discurso de contraste no puede ser la misma con todos los aspirantes. Y si en el PRI pretenden poner en marcha una estrategia de este tipo, deberán tener cuidado meticuloso, de cirujano, en la selección del perfil.

Ahora, que se opte por el contraste no significa que se tenga que lanzar al aspirante más eficiente en el enfrentamiento verbal, en el intercambio de descalificaciones o en el lanzamiento de patadas y puñaladas por debajo de la mesa.

No.

Eso tampoco garantizaría por sí solo el éxito.

La decisión está en manos del priismo nacional, y no precisamente del que despacha en la sede del CEN.

Repasar lo sucedido en 2013, al margen de las coaliciones y candidaturas comunes que jugaron en su contra, podría servirle para evitar errores, pero sobre todo para no encaminarse a una derrota cantada por anticipado.

@jorgerdzc

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